LA CRISIS DEL SIGLO

|


El fin de una era del capitalismo financiero

La crisis del siglo

 Ignacio Ramonet

Le Monde Diplomatique  30 09 08

Los terremotos que sacudieron las Bolsas durante el pasado «septiembre negro» han precipitado el fin de una era del capitalismo. La arquitectura financiera internacional se ha tambaleado. Y el riesgo sistémico permanece. Nada volverá a ser como antes. Regresa el Estado.

El desplome de Wall Street es comparable, en la esfera financiera, a lo que representó, en el ámbito geopolítico, la caída del muro de Berlín. Un cambio de mundo y un giro copernicano. Lo afirma Paul Samuelson, premio Nobel de economía : «Esta debacle es para el capitalismo lo que la caída de la URSS fue para el comunismo.» Se termina el período abierto en 1981 con la fórmula de Ronald Reagan: «El Estado no es la solución, es el problema.» Durante treinta años, los fundamentalistas del mercado repitieron que éste siempre tenía razón, que la globalización era sinónimo de felicidad, y que el capitalismo financiero edificaba el paraíso terrenal para todos. Se equivocaron.

La «edad de oro» de Wall Street se acabó. Y también una etapa de exuberancia y despilfarro representada por una aristocracia de banqueros de inversión, «amos del universo» denunciados por Tom Wolfe en La Hoguera de las vanidades (1987). Poseídos por una lógica de rentabilidad a corto plazo. Por la búsqueda de beneficios exorbitantes.

Dispuestos a todo para sacar ganancias: ventas en corto abusivas, manipulaciones, invención de instrumentos opacos, titulización de activos, contratos de cobertura de riesgos, hedge funds… La fiebre del provecho fácil se contagió a todo el planeta. Los mercados se sobrecalentaron, alimentados por un exceso de financiación que facilitó el alza de los precios.

La globalización condujo la economía mundial a tomar la forma de una economía de papel, virtual, inmaterial. La esfera financiera llegó a representar más de 250 billones de euros, o sea seis veces el montante de la riqueza real mundial. Y de golpe, esa gigantesca «burbuja» reventó. El desastre es de dimensiones apocalípticas. Más de 200 mil millones de euros se han esfumado. La banca de inversión ha sido borrada del mapa. Las cinco mayores entidades se desmoronaron: Lehman Brothers en bancarrota; Bear Stearns comprado, con la ayuda de la Reserva Federal (Fed), por Morgan Chase; Merril Lynch adquirido por Bank of America; y los dos últimos, Goldman Sachs y Morgan Stanley (en parte comprado por el japonés Mitsubishi UFJ), reconvertidos en simples bancos comerciales.

Toda la cadena de funcionamiento del aparato financiero ha colapsado. No sólo la banca de inversión, sino los bancos centrales, los sistemas de regulación, los bancos comerciales, las cajas de ahorros, las compañías de seguros, las agencias de calificación de riesgos (Standard&Poors, Moody’s, Fitch) y hasta las auditorías contables (Deloitte, Ernst&Young, PwC).

El naufragio no puede sorprender a nadie. El escándalo de las «hipotecas basura» era sabido de todos. Igual que el exceso de liquidez orientado a la especulación, y la explosión delirante de los precios de la vivienda. Todo esto ha sido denunciado –en estas columnas – desde hace tiempo. Sin que nadie se inmutase. Porque el crimen beneficiaba a muchos. Y se siguió afirmando que la empresa privada y el mercado lo arreglaban todo.

La administración del Presidente George W. Bush ha tenido que renegar de ese principio y recurrir, masivamente, a la intervención del Estado. Las principales entidades de crédito inmobiliario, Fannie Mae y Freddy Mac, han sido nacionalizadas. También lo ha sido el American International Group (AIG), la mayor compañia de seguros del mundo. Y el Secretario del Tesoro, Henry Paulson (expresidente de la banca Goldman Sachs…) ha propuesto un plan de rescate de las acciones «tóxicas» procedentes de las «hipotecas basura» (subprime) por un valor de unos 500 mil millones de euros, que también adelantará el Estado, o sea los contribuyentes.

Prueba del fracaso del sistema, estas intervenciones del Estado –las mayores, en volumen, de la historia económica- demuestran que los mercados no son capaces de regularse por sí mismos. Se han autodestruido por su propia voracidad. Además, se confirma una ley del cinismo neoliberal: se privatizan los beneficios pero se socializan las pérdidas. Se hace pagar a los pobres las excentricidades irracionales de los banqueros, y se les amenaza, en caso de que se nieguen a pagar, con empobrecerlos aún más.

Las autoridades norteamericanas acuden al rescate de los «banksters» («banquero gangster») a expensas de los ciudadanos. Hace unos meses, el Presidente Bush se negó a firmar una ley que ofrecía una cobertura médica a nueve millones de niños pobres por un costo de 4 mil millones de euros. Lo consideró un gasto inutil. Ahora, para salvar a los rufianes de Wall Street nada le parece suficiente. Socialismo para los ricos, y capitalismo salvaje para los pobres.

Este desastre ocurre en un momento de vacío teórico de las izquierdas. Las cuales no tienen «plan B» para sacar provecho del descalabro. En particular las de Europa, agarrotadas por el choque de la crisis. Cuando sería tiempo de refundación y de audacia.

¿Cuanto durará la crisis? «Veinte años si tenemos suerte, o menos de diez si las autoridades actúan con mano firme.» vaticina el editorialista neoliberal Martin Wolf (1). Si existiese una lógica política, este contexto debería favorecer la elección del demócrata Barack Obama (si no es asesinado) a la presidencia de Estados Unidos el 4 de noviembre próximo. Es probable que, como Franklin D. Roosevelt en 1930, el joven Presidente lance un nuevo «New Deal» basado en un neokeynesianismo que confirmará el retorno del Estado en la esfera económica. Y aportará por fin mayor justicia social a los ciudadanos. Se irá hacia un nuevo Bretton Woods. La etapa más salvaje e irracional de la globalización neoliberal habrá terminado.

Nota 1) Financial Times, Londres, 23 de septiembre de 2008


¿DÓNDE ESTÁ EL DINERO?

|



CRISIS FINANCIERA, CRISIS DE LA FAMILIA

|


Según los datos que ha hecho públicos el Instituto Nacional de Estadística, en 2007 descendió en España el número de divorcios en un 5,8 por ciento. Este dato se relaciona, según los analistas, con la crisis económica, que ya empezó a notarse el año pasado. Ya veremos si esta relación se confirma. En cualquier caso, el dato que ya conocemos resulta comprensible.

Desde el momento en que el divorcio sale más caro, la gente se divorcia menos. Una pareja, que se separa, necesita dos viviendas, en lugar de una. Con todos los gastos que eso lleva consigo. Y si la pareja percibe un solo sueldo, ese sueldo se tiene que partir por dos. Y así sucesivamente. La cosa no necesita mucha explicación.

Lo que sí parece necesario explicar es lo que esto significa. El conocido sociólogo Anthony Giddens explicaba, no hace mucho, que la familia tradicional era, sobre todo, una unidad económica. La gente del campo apañaba los matrimonios de sus hijos para asegurar la estabilidad de la pequeña o mediana propiedad que sustentaba a la familia, mientras que entre las clases acomodadas y la aristocracia la trasmisión de la propiedad era la base principal del matrimonio. Se sabe que en la Europa medieval el matrimonio no se contraía sobre la base del amor sexual, ni se consideraba como un espacio donde el amor debía florecer. El historiador G. Duby afirma que el matrimonio, en la Edad Media, no debía incluir “frivolidad, pasión o fantasía”. En cualquier caso, un elemento constitutivo de la familia tradicional era la desigualdad de hombres y mujeres.

Hasta no hace tantos años, los hombres tenían la convicción de que las mujeres eran propiedad de ellos, cosa que explica (en buena parte) por qué la violencia de género se traduce casi siempre en asesinatos de mujeres. La desigualdad entre hombres y mujeres se extendía, desde luego, a la vida sexual. Durante siglos, los hombres se han valido de amantes, cortesanas y prostitutas. Y los ricios tenían, no raras veces, aventuras amorosas con sus sirvientas. Eso sí, todos los hombres tenían que asegurarse de que sus mujeres eran las madres de sus hijos. Por supuesto, en la familia tradicional, ni las mujeres ni los niños tenían derechos o los tenían enormemente disminuidos en relación al padre. Además, algo tan importante en la vida como es la sexualidad estaba dominada por la idea de la virtud femenina. Y en el trasfondo de aquel modelo de familia dominaba el indignante ideal de una esposa siempre menos culta que el marido. Cuando yo era niño, le oí decir a un caballero de noble aspecto: “para mí, la esposa ideal es la que sabe escribir, pero con faltas de ortografía”.

Me llama la atención que, cuando estaban así las cosas, los obispos no solían alzar su voz en defensa de la familia como lo hacen ahora. Por supuesto, yo estoy de acuerdo en que se defienda la estabilidad del matrimonio y el respeto a la vida. Pero me parece que el problema es distinto. Y es que, en el fondo de todo este asunto, está el problema económico. El reconocido lingüista norteamericano George Lakoff ha planteado una pregunta incómoda para algunas personas: “Si eres conservador, ¿qué tiene que ver tu postura sobre el aborto con tu postura sobre los impuestos?”. Es decir, Lakoff plantea la relación entre ética familiar y problemas económicos. Pero no plantea eso a la antigua usanza, sino como ahora se tiene que afrontar.

En el modelo de familia, que ahora defienden los grupos religiosos fundamentalistas, la figura clave es el “padre estricto”. Porque la moral que va a salvar al mundo es la moral del padre estricto. Y lo curioso es la conexión entre la visión del mundo de padre estricto y el capitalismo de libre mercado. James Dobson ha explicado esto muy bien. La moral de padre estricto es la moral del propio interés. Según el pensamiento de Adam Smith: si cada uno persigue su propio beneficio, de ahí se seguirá el beneficio de todos por arte y gracia de la “mano invisible”, es decir “por naturaleza”. Cuando persigues tu propio beneficio, ayudas a todo el mundo. Es la tesis central del liberalismo económico. Del que el Nobel de Economía, Joseph Stiglitz, acaba de decir que la crisis económica actual es “para el mercado el equivalente a la caída del muro de Berlín”.

La crisis económica que estamos viviendo es más profunda de lo que muchos imaginan. Porque lo que en ella está en juego no es tener más o menos dinero. Lo que se nos ha venido a plantear es que tenemos que afrontar con urgencia un cambio decisivo en nuestras vidas. Se trata del cambio de la vida centrada en el “propio interés”, como motivación primordial, a una vida centrada en lo que el citado A. Giddens llama la “relación pura”, como motivación determinante. La relación pura se basa, no en el “beneficio”, sino en la “comunicación”, de manera que entender el punto de vista del otro, lo que necesita, lo que le hace feliz, eso es lo esencial.

Yo sé muy bien que el mundo no se arregla cambiado solamente los sentimientos de las personas. Pero también sé que no podemos esperar a que los políticos nos saquen las castañas del fuego. Lo que más nos importa a todos ahora mismo no es que triunfen nuestras ideas políticas personales. Lo que más nos urge, por propia conveniencia, es que vayamos pensando menos en el “propio interés” y pensemos más en la “relación pura”. Por ahí tendrá arreglo la familia. Y también la economía.

J.M.Castillo

LA GRAN CAÍDA

|


Ilán Semo

El capitalismo confiscado. Hace tan sólo tres semanas, ¿quién podía haber imaginado que la administración de George Bush, que todavía gobierna a la nación en donde opera ese santuario de la forma más arquetípica y sofisticada de capitalismo que se conoce hasta la fecha, el complejo financiero de Wall Street, habría de emprender, en un acto sin precedentes en la historia de Estados Unidos, la nacionalización súbita de la compañía de seguros más grande del planeta –si alguien cuenta con otra definición, que alce la mano–, que dos de los cuatro bancos de inversiones más importantes del mundo se irían a la quiebra –ante la mirada impotente del Departamento del Tesoro y del Congreso–, y que el gobierno acabaría haciéndose responsable de las tres cuartas partes de los préstamos hipotecarios del país? En general, lo espectacular en la historia acontece cuando lo imposible y lo inconcebible se tornan de la noche a la mañana en lo inevitable, cuando lo que se proclamaba como inaceptable e inadmisible se vuelve repentinamente lo único posible y lo necesario. En este sentido, la implosión del mundo financiero estadunidense era, hace tan sólo unos días, un fenómeno tan inimaginable como lo fue en su momento la caída del Muro de Berlín. No por la implosión misma –lo predecible en la economía de mercado son sus crisis– sino por su extensión, su intensidad y las inéditas consecuencias que ha acarreado. En rigor la historia no brinda lecciones, nunca se repite. De ella sólo se sabe que la hora del futuro no sólo resulta incalculable sino frecuentemente impensable.

La peculiar forma en que intervino la administración de Washington para impedir que el colapso se transformara en una catástrofe refutó todos y cada uno de los dogmas –o principios, si se quiere– sobre los cuales se había sostenido ese orden, emergido desde el gobierno de Margaret Thatcher, en el que la economía de mercado aparecía como la única opción viable y posible en el horizonte de expectativas del mundo contemporáneo.

Washington demostró una vez más que los avatares de la economía pueden hacer añicos en cuestión de segundos ideologías y doctrinas enteras. Para impedir que el shock financiero se transformara en una parálisis de la economía en su conjunto recurrió a todas las medidas que, puestas en escena en otras latitudes, había acusado implacablemente de “socialistas” o “populistas”. En tan sólo cuatro días, el Departamento del Tesoro nacionalizó empresas, reguló ferozmente las transacciones bursátiles, asumió gigantescas deudas privadas, se incautó de valores, congeló cuentas y contratos, en suma, convirtió al orden público en la herramienta de choque para sostener el caos del orden privado.

Pero aquí se trata de algo más complejo que la ideología y las doctrinas.

Lo que parece estar zozobrando es ese principio máximo que encontraba en el seno del mercado a todas las fuerzas, los recursos y la imaginación para corregir los vuelcos y las disfuncionalidades creadas por el mercado mismo. Es decir, se trata del principio que hacía del capitalismo un sistema en cierta manera infalible, al menos a la variante que se desarrolló en las últimas dos décadas del siglo XX, el llamado modelo “neoliberal”. El principio que hizo posible a Estados Unidos acopiar en sus centros financieros las inversiones que no sólo provenían del pequeño inversionista estadunidense que confiaba en la bolsa de Nueva York como si fuera un credo religioso, sino las que llegaron durante lustros desde Arabia Saudita y otros países petroleros, los ahorradores de América Latina y sus grandes corporaciones, y tantos otros megacentros de producción de capital.

¿Quién en sus cinco sentidos volvería hoy a confiar en la “transparencia del mercado”? Son millones y millones de dólares los que se esfumaron de la noche a la mañana.

Caos y metamorfosis. Cuando se escucha el estupor que ha embargado a los políticos estadunidenses en los últimos días, en los que sólo se oye cómo unos se culpan a los otros por la debacle, no cabe más que pensar en los políticos franceses durante la Segunda Guerra Mundial cuando, con las tanques alemanes frente a las puertas de París, no hacían más que preguntarse a quién se le había ocurrido la idea de construir la Línea Maginot. Un comentarista de CNN definió con bastante ironía la situación de la siguiente manera: “Lo único que se sabe es que no se sabe si estamos en el principio del fin (de la crisis) o en el fin del principio”. Se ha comparado la implosión de estos días con la de 1929. Es una comparación no del todo exacta. El colpso financiero de los años 20 trajo consigo la parálisis de toda la maquinaria productiva: cierre de empresas, desempleo, requisiciones bancarias, etcétera. Hoy lo que asombra en esta crisis es la autonomía que guarda el sistema financiero con respecto a la economía en general. Es un fenómeno nuevo que corresponde a la economía global. ¿Pero qué tan autónoma es la autonomía de la esfera financiera con respecto a todo el orden productivo? Imposible predecirlo. Lo que es obvio es que la confianza en ese nuevo sistema impuesto por un mercado financiero especulativo se ha derrumbado estrepitosamente. ¿O alguien en China, Brasil o Europa se sentiría tentado de reproducir el carrusel financiero que llevó a Wall Street desde las máximas alturas de la acumulación a su depresivo estado actual? El dilema con las crisis es que a veces resultan ejemplares.

Los saldos de la historia. ¿Dónde queda el triunfante capitalismo global que emergió como única opción después de los años 90? ¿Alguien recuerda su arrogancia, su sentimiento de autosuficiencia? El tiempo y la intensidad de la caída lo dirán. Lo que es obvio es que esa versión de la sociedad de mercado se volvió de la noche a la mañana un colosal anacronismo.

¡¡¡HAGAMOS UN PARÉNTESIS!!!

|


Estos días la prensa nos obsequia con largos relatos en los que se detalla, con gráficos, estadísticas y comentarios adornados de cierta palabrería técnica, el resultado de un chapuza financiera protagonizado por “ejecutivos de alto nivel” en EE.UU. pero con repercusiones globales. (Recordemos también la excelente descripción de Leopoldo Abadía: La crisis NINJA)

UNA CHAPUZA

Entre otras minucias, con las que nos vamos familiarizando con esta información, está el juego de las siglas estadounidenses “Fed” (Reserva Federal) “SEC” (autoridad reguladora del mercado de valores )

La “Fed” se dedica, según nos cuentan, a inyectar dinero en el sistema (descuento de valores a bajo interés, operaciones de rescate, créditos puente etc.), la “SEC” a incrementar y mejorar su labor de control y seguimiento del mercado.

Resulta que el sistema bancario financiero en general,seguros inclusive, está en crisis. Esta crisis afecta al la economía real - la que produce bienes y servicios - y nadie sabe como atajarla eficazmente.

Se achaca el origen de esta crisis, con repercusiones globales, a una “mala práctica profesional “, es decir lo que de forma castiza ( y soy gallego) diríamos “una chapuza “.

La ” chapuza” que ha originado la crisis es la concesión sistemática (no puntual o eventual ) de créditos hipotecarios con garantías sobrevaloradas, es decir, con garantías insuficientes. Ello pone de manifiesto una falta de profesionalidad de los equipos directivos que no admite paliativo y un ansia de beneficios desmedida probablemente, impulsada “ad infinitum “, en relación a los subordinados, por la llamada “técnica ” de objetivos (cruz y/o remuneración de todo ejecutivo que se precie).

Por cierto, y dicho sea al paso, que una empresa española acaba de despedir a varios directivos por prácticas erróneas, pero cuya única finalidad era, según la propia entidad que los despide, el de “sumar créditos para cumplir con los objetivos ” (El PAÍS 18-09- 2008, pág. 24).

Pero esta chapuza, no debemos obviarlo, es consecuencia directa de una falta de filosofía adecuada , es decir de una filosofía errónea. Así la filosofía - la mala o errónea filosofía - vienen a ser la causa última de esta debacle .

Efectivamente, en el fondo de la crisis y de esta actuación chapucera, de conceder prestamos de forma insolvente y temeraria, late una filosofía del “negocio”, una visión del “sistema”, de la “técnica” y del mundo que es preciso desenmascarar .

Por un lado una visón idílica del mercado y sus artilugios, y,por otro lado, una concepción mítica del beneficio financierocomo medida del bien y el mal hacer, y una utilización errónea, o malévola, de determinadas “técnicas”. En el fondo la crisis nos remite, ¡sorpresa!, a Marcuse y al espíritu del 68.

A esta “cuestión filosófica” se ha referido el candidato demócrata a la Casa Blanca Barak Obama al decir (Ver El PAÍS 17-09-2008, pág. 2): “Yo no le echo la culpa a McCain de estos problemas, pero le echo la culpa a la filosofía económica que él suscribe, la filosofía económica que ha dominado en los últimos ocho años, la misma que da mas y mas a los que mas tienen”.

Por su parte McCain, candidato republicano, no duda ahora, vista la situación, en referirse a la corrupción y al comportamiento personal de los ejecutivos. Dice: “los fundamentos de la economía están amenazados y en riesgo porque algunos en Wall Street han tratado Wall Street como un casino “.

Así pues mientras Obama habla de cambiar la filosofía económica MacCain parece referirse sólo a loscomportamientos personales poco profesionales, o poco éticos e incluso corruptos , pero sin alcanzar a ver losproblemas del sistema .

¿QUÉ LE PASA AL SISTEMA?.

La cuestión es saber si es el propio “sistema ” el que tiende, (además de sus intrínsecas ineficiencias, planteamientos y resultados indeseables e injustos ) a provocar los comportamientos no profesionales y no éticos.

En efecto el sistema económico vigente parece tener como único norte y objetivo el beneficio empresarial más allá de toda ética y racionalidad y, aún más, el enriquecimiento personal .

Es de destacar también que el sistema financiero ha dejado de comportarse como un sistema, es decir un conjunto de instituciones e instrumentos orientados a la financiación de la economía real de los ciudadanos y de las empresas, para convertirse, cada vez mas, en un puro mercado de capitalesque vuela sin control por su cuenta y que encuentra justificación en sí mismo.

Y este vuelo de independencia y desenfreno lo emprende el propio “mercado financiera”, en una economía global, al margen de cualquier atisbo de posible intervención externa,potenciando a su favor el poder del dinero frente al poder político. Dice Josep Ramoneda:

“La economía se ha globalizado y la política no. El resultado es doble: la economía es la que tiene hoy la capacidad normativa - hasta el punto de que los Gobiernos han aceptado ciegamente la mercantilización de las conductas en todos los ámbitos del sistema - y la criminalidad económica gana terreno todos los días. Urge, por tanto que la política se rearme.” ( “Quietismo”, EL PAÍS 18-09-2008, pág. 14)

Si hay que rearmar la política, debe recuperar su capacidad normativa por encima de la del mercado, pero no desde cualquier filosofía . Ha de hacerse desde la filosofía de la satisfacción de las necesidades reales de los ciudadanos.

Por otra parte las intervenciones de la Fed y de la SEC, ponen en evidencia las debilidades del mercado y la relevancia de la intervención de las instituciones estatales y del Gobierno en el proceso financiero y económico en general.

Esta crisis “filosófica ” ha llegado a la cúpula empresarial española , que, hábilmente, ha sabido matizarla poniéndoleparéntesis .

Nos cuenta A. Abellán en el PAÍS (18-09-2008, pág. 30) que el presidente de la patronal española CEOE “realizó ayer una insólita defensa del intervencionismo gubernamental para que la tormenta económica amaine”. Dijo el presidente: ” Creo en la libertad de mercado, pero en la vida hay coyunturas excepcionales. Se puede hacer un paréntesis en la economía de libre mercado” apelando directamente al Gobierno para que sea mas intervencionista.

Bien, tomémosle la palabra al presidente de la CEOE:hagamos un paréntesis en la economía de libre mercado.

  • Hagamos un paréntesis hasta que tantos “sin techo”, que mal viven entre nosotros, encuentren habitación estable
  • Hagamos un paréntesis hasta que el desarrollo de los países hispanoamericanos permita la permanencia en sus tierras de tantos emigrantes como huyen en busca del pan de cada día.
  • Hagamos un paréntesis hasta que el continente africano alcance el desarrollo necesario para que sus gentes puedan llevar una vida digna y coloquen los “cayucos” en sus museos etnográficos como recuerdo del dolor de otros tiempos.
  • Hagamos un paréntesis hasta que los países pobres del tercer mundo en cualesquiera ubicación alcancen el nivel medio de desarrollo de la Unión Europea.
  • Hagamos un paréntesis hasta que en todos los países se instale definitivamente la sanidad y la seguridad social gratuitas para todos los ciudadanos.
  • Hagamos un paréntesis hasta que las administraciones públicas y la sociedad hayan atendido debidamente las necesidades de las personas discapacitadas físicas y psíquicas.
  • Hagamos un paréntesis en la fiebre de la gestión privatizadora del sistema sanitario, y dotemos de sufrientes recursos personales, materiales y de gestión a la sanidad pública.
  • ¡Si! ¡Hagamos un paréntesis al absolutismo del libre mercado, de las chapuzas y de la “mecánica” y pasiva utilización de técnicas (como las de los “objetivos”) que nunca debieran habernos descargado de la obligación de pensar!

¡¡¡ Hagamos un paréntesis !!!

Eloy Isorna, en Atrio

 

©2009 ECONOMÍA PARA LAS PERSONAS | Template Blue by TNB